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martes, 30 de septiembre de 2014

CAVAFIS Y HEIDEGGER





Actividad: Relacione el texto del poema de Cavafis “Cirios”, con la teoría filosófica de Martín Heidegger, en lo que respecta.

CIRIOS

Ante nosotros yérguense los días venideros
como fila de cirios encendidos
cirios ardientes, áureos y vivos.
Quedan atrás los días ya pasados,
triste fila de cirios ya apagados.
Los más cercanos aún despiden humo,
cirios fundidos, fríos y torcidos.
No quiero verlos: me aflige su figura,
me aflige recordar su luz primera.
Veo ante mí mis cirios encendidos.
No quiero volverme, por no ver con horror
cómo la fila oscura avanza rápida,
cómo los cirios apagados aumentan tan de prisa.

(Constantino Cavafis)

“Constantino Petrou Cavafis fue un poeta griego” (sic), “una de las figuras literarias más importantes del siglo XX y uno de los mayores exponentes del renacimiento de la lengua griega moderna”. (Wikipedia)



domingo, 28 de septiembre de 2014

MARTÍN HEIDEGGER



Objetivo: Reflexionar el pensamiento de Martín Heidegger, comprendiendo su gran acercamiento a los asuntos humanos.
MARTÍN HEIDEGGER


Filósofo alemán. Fundador de la denominada fenomenología existencial, está considerado uno de los pensadores más originales del siglo XX. Martin Heidegger nació el 26 de septiembre de 1889 en Messkirch (Baden, actual estado de Baden-Württemberg). Falleció el 26 de mayo de 1976 en Messkirch.

Cursó estudios superiores de teología y de filosofía en la Universidad de Friburgo, centro por el que se doctoró en 1914 y donde fue alumno de Heinrich Rickert y de Edmund Husserl, el fundador de la fenomenología. En 1916 comenzó su carrera docente en la propia Universidad de Friburgo. Posteriormente pasó, en calidad de profesor titular, a la Universidad de Marburgo, en la que permaneció hasta 1928. Ese año se convirtió, igualmente, en profesor titular de filosofía en la Universidad de Friburgo. Tras el ascenso al poder en Alemania de Adolf Hitler en 1933, Heidegger (que, posiblemente bajo presiones, había mostrado su adhesión al partido nacionalsocialista) fue nombrado ese mismo año rector de la universidad. No obstante, el progresivo deterioro de sus relaciones con las autoridades alemanas (se negó a que en el recinto universitario se realizara propaganda antisemita) culminó con su dimisión al frente del rectorado en 1934. Pudo continuar sus enseñanzas, aunque éstas fueron en parte censuradas, hasta 1944. En 1945, tras finalizar la II Guerra Mundial, Heidegger tuvo que hacer frente a la actitud de relativa afinidad con el nacionalsocialismo que manifestara en 1933. Por ello, hasta 1951 no fue restablecido en su puesto docente, en el que permaneció hasta 1958. Al igual que en el caso de Husserl, el pensamiento de Heidegger recibió las influencias de la filosofía griega presocrática, del filósofo danés Sören Kierkegaard y del filósofo alemán Friedrich Nietzsche. En su obra más importante e influyente, El ser y el tiempo (1927), considerada uno de los escritos más significativos del existencialismo, Heidegger se preocupó por la que definía como cuestión filosófica (y humana) esencial: qué es ser. Desde 1930, Heidegger volvió, en trabajos como Introducción a la metafísica (1953), a la particular interpretación de las concepciones occidentales del ser. Sentía que, en contraste con la reverente concepción del ser dominante en la Grecia clásica, la sociedad tecnológica contemporánea había favorecido una actitud elemental y manipuladora que había privado de sentido al ser y a la vida humana, un estado que llamaba nihilismo. La humanidad ha olvidado su verdadera vocación, que es recuperar la más profunda comprensión de la existencia lograda por los primeros griegos y perdida por filósofos posteriores. El original tratamiento de Heidegger de temas como la finitud humana, la muerte, la nada y la autenticidad tuvo una influencia crucial sobre el filósofo existencialista francés Jean-Paul Sartre. Heidegger, sin embargo, repudió con el tiempo la interpretación existencialista de su trabajo, en beneficio de una dimensión más vital y poética, ya apreciada en otro tiempo por los pensadores españoles Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset. Desde la década de 1960 su influencia se ha extendido más allá de la Europa continental y ha tenido un impacto creciente en la filosofía de los países de habla inglesa.  (http://www.epdlp.com/escritor.php?id=3259)
Según Savater en “La Aventura del Pensamiento”, al referirse a Heidegger, (páginas 333-345) nos dice: “… su obra más famosa “Ser y tiempo” y a la pregunta ¿Qué es el Ser?, manifiesta que hay una  confusión entre el ser y el ente. Una cosa es el ser y otra cosa son los entes. El hecho de ser es completamente  distinto  a los entes que son. (…)
¿Qué es el ser? El ser no es un fundamento, no es un principio. El ser no es ningún ente: es nada de ente.
Se pregunta Heidegger ¿por qué hay ser y no más bien la nada? Por qué existe un ente cualquiera, cómo está ahí, cómo puede estar ahí y cómo puede pensar ese estar.
El Dasein: el único modo que tenemos de acercarnos a la comprensión del ser  es, precisamente, a través de uno de los entes. ¿Cuál es ese ente a través del cual podemos llegar al ser? Es el Dasein, que a veces se traduce como el “ser ahí”, como el ser arrojado a la existencia, como  el ser que no  tiene más remedio que preguntarse por el ser, como el ser cuyo destino es el ahí del ser, el “lugar” donde se da el ser, el ser del hombre. El hombre es un ente, pero un ente cuyo ser problematiza su ser constantemente, y que está de alguna manera vaciándose constantemente de su ser, al intentar contemplarlo y aprenderlo.
Heidegger llamó Dasein al ser del hombre, para expresar que el ser del hombre es el “ahí del ser”, el ámbito donde el ser se despliega y manifiesta.
Heidegger señala en primer lugar,  que el Dasein es pura apertura, es un ser-en-el-mundo, porque está inevitablemente concernido por las cosas y las ocupaciones que, precisamente, configuran su mundo. De ese ser-en-el-mundo se puede decir, entre otras cosas,  que es un proyectarse en las posibilidades que tiene ante sí en cada caso. Las resoluciones que  tomamos a partir de esas posibilidades nos definen y también definen el sentido de las cosas con las que cotidianamente nos involucramos. Como además el ser-en-el-mundo es siempre un ser-con los otros, el mundo es esa trama de significaciones en la que convivimos.
El Dasein, el hombre, el ser ahí, es consciente de que brota y viene de la nada, y está constantemente como flotando en la nada. Eso produce en el individuo angustia, que es la revelación de nuestra auténtica condición, la temporalidad: somos temporalidad, somos finitud, y es desde esa condición que se realiza nuestro vivir con los demás.
Si lo propio de nuestra condición es la mortalidad, lo impropio es pretender negarla, y esa negación ocurre como caída en la banalidad, en la trivialidad, en la avidez de novedades, en la vida impersonal (vivir el mundo de los roles sociales, de lo que se espera que hagamos, pensemos y digamos, vivir en una inautenticidad). En general,  nuestra vida se pierde en la inautenticidad.
La idea de Heidegger es que el ser del hombre (el Dasein) está siempre arrojado hacia sus múltiples posibilidades, pero entre todas ellas hay una que siempre está presente: la de morir. La muerte no es, para el Dasein, sólo el cesar. También los animales cesan, pero sólo el hombre muere. La muerte es la posibilidad de que ya no haya más posibilidades para el Dasein, es la posibilidad  de que el Dasein mismo sea imposible.. Para Heidegger vivimos huyendo de esta idea del morir, o sea, de la idea de que retornaremos a la nada de la que venimos. La vida del hombre es un entre,  y los extremos –la nada del antes y la nada del después- no le pertenecen.
La única formad de recuperar un poco de autenticidad existencial es, según Heidegger, vivir de cara  a la propia mortalidad. Es lo que él llama “ser-para-la muerte”, o mejor,  “ser-hacia-la-muerte”.   
Dice Savater que asumir la temporalidad que somos sin subterfugios ni distracciones, es lo que nos permitiría apropiarnos realmente de un destino que nos salve de la mediocridad y la rutina de esa época contemporánea.
Heidegger es, sin duda, el filósofo más influyente  de la época contemporánea.
El hombre habita la cercanía del ser a través del lenguaje, manifiesta Heidegger. El lenguaje es la casa del ser; no nos enfrentamos a los entes desnudamente, sino siempre lingüísticamente, como hablantes de un cierto idioma. Así, mediante el lenguaje, el hombre habita  en la cercanía del ser y el modo más originario de ese habitar es el poetizar, no en el sentido de hacer rimas, sino en el de nombrar creativamente –etimológicamente-, “poesía”  viene de “póiesis”, que en griego significa “creación” -, recrear, inaugura cada vez el mundo.

jueves, 28 de agosto de 2014

El mito de Sísifo



                                                                       Albert Camus
                          (Argelia 1913 – Francia, 1960. Novelista, ensayista, filósofo y periodista francés)

Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.

Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con los dioses. Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste, que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestes.

Por ello le castigaron enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de manos de su vencedor. Se dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su esposa. le ordenó que arrojara su cuerpo sin sepultura en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver este mundo, a gustar del agua y el sol, de las piedras cálidas y el mar, ya no quiso volver a la sombra infernal.

Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron para nada. Vivió muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz por la fuerza, le apartó de sus goces y le llevó por la fuerza a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca. Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es en tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. no se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces como la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volverla a subir hacia las cimas, y baja de nuevo a la llanura. Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra.

Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca. Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia.

¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito?. El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo.

Pero no es trágico sino en los raros momentos en se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde conoce toda la magnitud de su condición miserable: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no venza con el desprecio.

Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Esta palabra no está de más. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la dicha se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poderla sobrellevar. Son nuestras noches de Getsemaní.

Sin embargo, las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase desesperada: «A pesar de tantas pruebas, mi edad avanzada y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien». El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievsky, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroísmo moderno. No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la dicha. «¿Cómo? ¿Por caminos tan estrechos...?». Pero no hay más que un mundo. La dicha y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. «Juzgo que todo está bien», dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo y limitado del hombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres. Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos.

En el universo vuelto de pronto a su silencio se alzan las mil vocecitas maravillosas de la tierra. Llamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice que sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierten en su destino, creado por el, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.

Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre.

Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.

domingo, 24 de agosto de 2014

EL EXISTENCIALISMO EN J. P. SARTRE



Objetivo: Reflexionar acerca del existencialismo, sus exponentes principales, en este caso Jean Paul Sartre como uno de los más influyentes, su actualidad.

Jean Paul Sartre

"El existencialismo ateo que yo represento (...) declara que, si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre o, como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia. El hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo. Es también lo que se llama la subjetividad, que se nos echa en cara bajo ese nombre. Pero ¿qué queremos decir con esto, sino que el hombre tiene una dignidad mayor que la piedra o la mesa? Pues queremos decir que el hombre empieza por existir, es decir, que empieza por ser algo que se lanza hacia un porvenir, y que es consciente de proyectarse hacia el porvenir. El hombre es ante todo un proyecto, que se vive subjetivamente, en lugar de ser un musgo, una podredumbre o una coliflor; nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el cielo inteligible, y el hombre será, ante todo, lo que habrá proyectado ser. No lo que querrá ser. Pues lo que entendemos ordinariamente por querer es una decisión consciente, que para la mayoría de nosotros es posterior a lo que el hombre ha hecho de sí mismo. Yo puedo querer adherirme a un partido, escribir un libro, casarme; todo esto no es más que la manifestación de una elección más original, más espontánea de lo que se llama voluntad. Pero si verdaderamente la existencia precede a la esencia, el hombre es responsable de lo que es; yo opino que es real el motivo o causa del ser."
Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo

¨ Sartre no solo es, sin duda, el filósofo moderno más destacado de Francia y uno de los más trascendentes  de Europa, sino también una de las figuras más importantes de  de la historia del pensamiento europeo.
Filósofo, novelista, dramaturgo y ensayista, ocupándose de temas  como la guerra, la política, la literatura y la sociedad contemporánea.

Nación en París en 1905 y muere allí mismo en 1980.



¨ El Ser y La Nada¨, es una obra extensa, compleja, llevada  con muy buen pulso expresivo. Sartre obtuvo el Premio Nobel de Literatura en  1964, rechazándolo por considerarlo de tipo burgués.
En el Ser y la nada,  parte de dos ámbitos: el ser en sí y el ser para sí. El ser en sí es  una especie de esfera  sin fisura, es pleno, sólido, es el ser en el que no ha  penetrado la razón y la separación que la ciencia introduce. Mientras el ser en sí es la materia, lo inerte,  lo mecánico, el ser para sí es allí en donde la conciencia funciona por aniquilación de contenidos, proyectando una  luz y diciendo este no soy yo. De lo que se trata es que el ser en sí es lo que es y como es, no tiene vueltas, no le falta nada, es. En cambio la conciencia, el ser para sí, no tiene plenitud alguna, está siempre haciéndose, no es nada determinado previamente, de hecho es la nada de su indeterminación, y por ser una nada puede llegar a ser cualquier cosa: un ser para sí no tiene una esencia previa – a diferencia de una silla, por ejemplo,  que no puede ser más de lo que es -, se hace mientras vive, y se hace desplegando la libertad que es.
Un gato es como otro gato. Pero un hombre puede ser enormemente diferente a otro hombre.
Su ser es una nada de determinaciones. Él hará de  esa nada un ser determinado a través de las elecciones que vaya haciendo a lo largo de su vida.
El ser humano está inventándose permanentemente, está creándose  determinado por sus sucesivas elecciones.
En ese sentido es que el hombre se hace a sí mismo. Su ser no está predeterminado. Lo que llega a ser depende de sus elecciones. La libertad pertenece  a la estructura misma de la conciencia. Sartre lo dice muy claramente cuando aclara que se está condenado a ser libre. No se puede dejar de elegir y, por lo tanto, de estar expuesto al fracaso y al ser – nada  frente al mundo y ante lo otros hombres. Esta libertad constitutiva se reconoce en la angustia. Es en la angustia donde el hombre comprende sus er como libertad originaria.¨ (Savater, Fernando. La Aventura del Pensamiento. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 2008. Cap.25, pags. 357-371)